14 nov 2016



B R U M A L

I
Entré sin que nadie
me hubiera dicho pasa.

Vi la belleza
y vi el dolor.

Mucho antes de partir supe
que no había entendido nada.


II
Cuando la pubertad de los pájaros
tejía para mi obsequio el nido
noté que los amigos ya habían muerto.
(Y no me despedí de ellos).

¿Cuántos hermanos éramos? ¿Qué dicha
futura nos imaginaba madre a cada uno
en sus noches de colada gélida?

Pisamos el terrado de una tarde oscurísima.
Todos los amigos que tuve y los que tendría
luego yacían ahora bajo un légamo frío, aluvial. 
 
Huyendo por entre una luz de vírgenes hibernadas,
veíamos desde la altura ascéticas mujeres
calmas. Irreprochables sombras, ya sin tiempo.

No lo hubo. Siquiera para un abrazo desvaído,
la caricia en la cruceta del perro apaleado
o la breve unción rijosa de aquellos pájaros
precoces que todavía, sí, nos adoraban...
Desapareció la vida. Como se fue aquello.

¿Cuántos hermanos éramos, de amor
imaginados, en la noche de colada gélida?


III
RESURRECCIÓN, dijo el conde Tolstoi,
ya que no podía hacer otra cosa.



IV
Inerte ya el pasado llegará el ausentarse
la desaparición, la apariencia yéndose,
pues qué eres tú frente a la encina opulenta
que extiende su abrazo por hectáreas de cielo.