B R U M A
L
I
Entré sin que nadie
me hubiera dicho
pasa.
Vi la belleza
y vi el dolor.
Mucho antes de
partir supe
que no había
entendido nada.
II
Cuando la
pubertad de los pájaros
tejía para mi
obsequio el nido
noté que los amigos
ya habían muerto.
(Y no me despedí de
ellos).
¿Cuántos hermanos
éramos? ¿Qué dicha
futura nos imaginaba
madre a cada uno
en sus noches de
colada gélida?
Pisamos el terrado de
una tarde oscurísima.
Todos los amigos que
tuve y los que tendría
luego yacían ahora
bajo un légamo frío, aluvial.
Huyendo por entre una
luz de vírgenes hibernadas,
veíamos desde la
altura ascéticas mujeres
calmas.
Irreprochables sombras, ya sin tiempo.
No lo hubo. Siquiera
para un abrazo desvaído,
la caricia en la
cruceta del perro apaleado
o la breve unción
rijosa de aquellos pájaros
precoces que todavía,
sí, nos adoraban...
Desapareció la vida.
Como se fue aquello.
¿Cuántos hermanos
éramos, de amor
imaginados, en la
noche de colada gélida?
III
RESURRECCIÓN, dijo
el conde Tolstoi,
ya que no podía
hacer otra cosa.
IV
Inerte ya el pasado llegará el ausentarse
la desaparición, la apariencia yéndose,
pues qué eres tú frente a la encina opulenta
que extiende su abrazo por hectáreas de cielo.
La oquedad que atravesamos para aprehender al padre
se abrió a lo que parecía un venero
fresco -de eternidad y delicia compartida.
la desaparición, la apariencia yéndose,
pues qué eres tú frente a la encina opulenta
que extiende su abrazo por hectáreas de cielo.
La oquedad que atravesamos para aprehender al padre
se abrió a lo que parecía un venero
fresco -de eternidad y delicia compartida.
Pero solo era el atisbar
de un soto calcinado;
o una llanura
irreverente, de una virtud lánguida...
Brumal, se
llamó aquello.
Mucho más arriba el
bosque dicta permanecer
perdurar en la memoria
del hombre ausente.
-¡Súbete a coscoletas!
(miré a mi hermano pequeño) ¡Súbete!
Me llevarás
riéndonos
del miedo, atravesando
los portales negros.
No hubo vislumbre del
dolor al tomar los libros.
Deliciosa eclosión,
aparecían entonces las frutales
novias invictas. Y con
ellas el repudio de los padres, las veredas
de delicioso
pecado que apenas fruían
un rozamiento,
los
tocamientos de primos y de hermanos.
Verdeció en el
improvisado abrazo la encina inabarcable.
Y cabalgó La Iliada
junto a La casa de los muertos.
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